Con la llegada de la mitad del año, llegó mi cumpleaños número 16. Ahora asistía a primero de Bachillerato (Cuarto de Preparatoria), con otros compañeros y nuevas amigas. Todos estaban de acuerdo que era un chico muy atractivo, sólo que un poco debilucho. Así que para el inicio del año conseguí que mis padres me compraran un equipo de ejercicio; por lo que para la fecha ya había mejorado algo mi físico. Seguía siendo delgado; pero ahora tenía una buena definición y mi mayor orgullo era mi abdomen marcado, algo que siempre había querido. Todo eso habían hecho aumentar mi confianza y no sólo me refiero a mi físico, si no también a todas las experiencias que había conseguido años atrás; ahora era más seguro de mi mismo y estaba dispuesto a alcanzar cualquier objetivo que me propusiera.

Y mi nuevo objetivo era Don Héctor, el albañil que mi padre siempre contrataba cuando quería reparar algo o hacer alguna mejora en la casa. Bien, en esta ocasión él tenía que levantar una pared, cerca de la piscina, para cubrir el calentador de agua. Yo por supuesto tenía planeado todo; cuando no quedará nadie iría a la piscina para ejercitarme y ver si llamaba su atención, no estaba seguro de que funcionará, pero tenía que intentarlo.

Así que me puse a levantar pesas usando solamente un pequeño y ajustado pantaloncillo. A medida que entraba en calor y comenzaba a sudar la escena se volvía cada vez más sugestiva; pero no tenía manera de saber si él me veía desde donde estaba, y no quería voltearme para no ser más obvio de lo que ya lo estaba siendo.

Fue hasta el día siguiente que; mientras levantaba pesas acostado en la tabla de ejercicios junto a la piscina, viendo el despejado y celeste cielo; una sombra me cubrió el rostro. Coloqué la pesa sobre el soporte y me volteé para ver lo que obstruía la luz; por supuesto era él tal y como lo había esperado, parado detrás de mi con toda su entrepierna sobre mi cabeza. Me incorporé casi de inmediato para darme la vuelta y hablar con él. Mi corazón ya empezaba a palpitar un poco más aprisa de lo normal.

Don Héctor es un hombre de pasados los treinta años, blanco, de estatura promedio y de contextura delgada. Con muy buen físico; desde los 10 años he fantaseado con él. Tiene unos bien definidos brazos, especialmente en la separación de los hombros y los bíceps; un torneado torso en forma de V, pecho firme y ancho, con una angosta cintura y plano abdomen; y lo que más me fascina de él son las curvas de su pelvis justo donde se une el torso con las piernas. Esto podía notársele gracias a que sólo usaba un flojo pantalón a la cadera cuando trabajaba; lo que inclusive dejaba ver parte de sus negros vellos púbicos arremolinarse y ascender hasta su ombligo.

Todo esto sin mencionar lo atractivo que es; con su cabello negro ensortijado, un rostro alargado con fuertes rasgos, y un bigote y barba algo ralos dándole ese toque pueblerino.

Al igual que yo estaba transpirado de la cabeza a los pies, cada uno de sus músculos relucía al sol y las gotas de su sudor brillaban entre sus rizados vellos.

> ¿Se ejercita mucho?

> No, la verdad es que no. Vengo empezando y sé que me falta todavía.

> Usted creé, yo diría que así está muy bien. Aún esta jovencito.

> ¡Vaya, gracias! Entonces ya quisiera ser como usted cuando sea mayor…

> ¡¿Cómo yo?! Para que, si yo…

> No diga eso, si usted tiene un cuerpazo…Supongo que ha de tener un montón de enamoradas.

> Para nada, más bien uno pasa con ganas…

> No le creo que no haya más de una detrás de usted.

> Mmmm… ¡Que va!

> O sea que anda ganoso todo el tiempo. Me imagino que con lo primero que le salga se quita las ganas…

> ¡Uy si! con lo que sea…

Y justo cuando todo marchaba de maravilla y el momento era el indicado. Escuchamos como la puerta principal se abría, era mi hermano mayor que regresaba de la universidad. Inmediatamente él retornó a su labor y yo fui el que se quedó con las ganas ese día.

Al día siguiente, el tercero desde su llegada, tenía que recuperar el hilo de la conversación y lo haría con la ayuda del mejor de los desinhibidores, la cerveza. Después de la hora del almuerzo, estado de nuevo sólo en la casa, me dirigí al patio trasero en busca de Don Héctor. Él ya estaba repellado la pared, su torso desnudo tenía algunas pringadas gotas de cemento, cuando le ofrecí la cerveza bien helada. Volvimos a hablar de manera casual, fue una gran ventaja el haberlo tratado bien todos esos años, pero siempre tratando de incorporar el tema de nuestra pequeña charla anterior.

> ¿Ya va ha terminar?

> Sí, ya me falta poco.

> Pues con más razón se merece el descanso con la cervecita…

> ¿Y hoy no va ha hacer ejercicio?

> No, hace mucho sol.

> ¿Va que hace un calor horrible usted?

> Espantoso, no se aguanta…

> Si, no le da ganas de hacer nada a uno.

> Pero hay cosas que siempre dan ganas de hacer…

> … … …

> Y más cuando uno anda ganoso…

> ¡Ah! ¿Si va?

> Y entonces; ¿No ha tenido suerte últimamente?

> No, la cosa ta fea usted.

> Pero yo no entiendo; un hombre como usted…

No contestó. Un largo e incomodo silencio nos envolvió. Tomábamos sorbo a sorbo la cerveza, mirándonos de manera distraída.

Debía proseguir, esa era mi última oportunidad; pronto llegaría mi hermano y al día siguiente ya no lo volvería a ver hasta tiempo indefinido; así que me terminé la cerveza de un trago e hice mi jugada. Con mi mano izquierda sostenía la botella vacía y con la derecha me atreví a apretarme la entrepierna, por sobre el pantaloncillo que levaba puesto, como si me incomodarán los pelos de los huevos o algo así. Él me quedó viendo, su mirada se clavó en mi paquete mientras yo me lo sacudía estrepitosamente.

> Entonces; ¿Usted es de esos que se quitan las ganas con lo que sea?

> Pues si no se puede escoger, ni modo usted.

> ¿No se anda con cosas…?

> No, pa que usted, un hoyo es un hoyo.

> ¿…Seguro que no le importa…?

> Cuando uno es ¡Bien Macho! esas cosas salen sobrando usted.

> Entonces; Si vengo yo y le digo que le quiero chupar la verga… ¿Usted que me diría…?

Me quedó viendo fijamente, como si estuviera desorientado, parecía saber adonde es que iba la conversación; pero como que no pensaba que yo me atreviera a llevarla hasta ese extremo.

Tragué saliva difícilmente y me acerqué, él no se inmutaba, y de un arrebato le agarré la entrepierna fuertemente. Como él no ponía resistencia proseguí manoseándole todo su bulto; podía sentir como su verga se le iba endureciendo en mi mano. Yo lo veía a la cara, para poder ver su expresión; pero él tenía la mirada fija en su entrepierna, observando como mi mano le estrujaba todo.

Cuando sentí que su verga ya había alcanzado su plenitud; me hinqué quedando su pelvis frente a mi, con todos los vellos de fuera por sobre el flojo pantalón a la cadera. Comencé a chuparlos mientras él me observaba hacerlo. Han sido los pelos púbicos con el olor más fuerte que he podido sentir y tan salados por todo el sudor que acumularon en ese caluroso día de trabajo.

Al desabrocharle el pantalón este cayó rápidamente a sus pies y yo pude deleitarme con la maravillosa visión de ese enorme miembro atrapado en una prisión de tela. Continué y le removí el desgastado y agujereado calzoncillo liberando al fin su verga de unos 18cm. (7.1 pulgadas) aproximadamente.

Pero mi primer impulso no fue chupársela como era mi costumbre; mi atención ahora estaba en sus ostentosos y tremendos huevos, su fuerte aroma me habían atraído a ellos. Así que mientras lo masturbaba, le mamaba las peludas y rugosas bolas. Al igual que el resto de su entrepierna tenían un excitante hedor y el sentir el rose de los colochos en mi rostro me pusieron aún más excitado.

Continué lamiéndolo todo, siguiendo ese pestilente olor a macho; por lo que terminé chupándole los rizados vellos debajo de sus huevos, cerca de su ano, lo cual lo hizo estremecerse en un par de ocasiones.

Ya era hora de concentrarme en lo que le había pedido en primera instancia. Retiré mi rostro de en medio de sus peludas piernas y me incorporé para tener de vuelta frente a mi su dura verga. Le corrí el prepucio descubriendo una dulce gotita de semen; la cual tomé gentilmente con la punta de mi lengua. Pronto esta pequeña gota se extendió convirtiéndose en un extenso hilo que conectaba su enrojecido glande con mis rosados labios.

Abrí bien mi boca y acto seguido me introduje todo lo que pude de su maciza verga, tan dura y firme que las venas le brotaban por doquier, dando la impresión que su verga era tan musculosa como el resto de su atlético cuerpo. Él jadeaba cada vez que su miembro entraba y salía de mi boca, y yo por mi parte me enloquecía mamándosela. Sólo la retiraba del todo para lamerla enteramente y frotarla contra mi rostro sudoroso.

Cuando volví a engullírmela su semen empezó a salir; me sorprendió mucho, no esperaba que acabara tan rápido; pero aún así me apresuré a no desperdiciar nada de lo que él me daba. Él la sacó de mi boca sólo para masturbarse frenéticamente y dejar salir hasta la última gota de su amarillento semen.

Pero eso no quería decir que todo ya había terminado, al contrario eso daba paso a mi turno. Me levanté, pasándome la lengua por los labios juntando el resto de su tibia leche, y me dirigí a una mesada que estaba cerca de la pared que él había construido; con todas sus cosas y herramientas regadas. Me quité la ropa dejándole ver mi enrojecida verga, dura y erecta hasta los 16cm. de largo que ahora tenía.

Al ver como yo me subía a la mesada, acostándome con las la piernas abiertas de par en par, él se acercó sonriéndome. Yo lo esperaba masturbándome; pero eso era algo que aparentemente él quería hacer, porque me quitó la mano y empezó a hacerme una increíble paja. Con la derecha me masturbaba y con la otra me frotaba mis tupidos pelos púbicos, también me masajeaba las bolas y luego me pasaba un par de dedos por la raja de mi abierto culo.

Lo que más me sorprendió fue cuando se agachó y me la empezó a mamar, pude darme cuenta de que mi verga era su primera; ya que era algo tímido e inexperto. Me la mamaba muy despacio y de manera pausada, como si quisiera acostumbrarse a la sensación de tener en la boca una rígida verga humedecida y pegajosa.

Yo me estremecía de la cabeza a los pies a medida que él iba mejorando en las succiones y lamidas a mi miembro. En una de esas intensas chupadas extendí mis brazos, tratando de agarrarme de algo, causando un tremendo alboroto al desordenar y esparcir todas sus herramientas. Esto llamó su atención, se incorporó y dirigió su mirada a la espátula que usaba para repellar.

De inmediato comprendí lo que estaba pensando y asentí con mi cabeza en señal de aprobación. Él sujetó la espátula por la parte de acero, apuntado a mi culo con el duro y pronunciado mango de madera, como si se tratara de su propia verga. Estaba tan ansioso que me sujeté fuertemente las nalgas, abriéndome bien el ano; y luego lo vi fijamente, esperándolo.

Comenzó a meterme poco a poco aquel fálico instrumento, fue realmente excitante sentir como el duro mango de madera de la espátula entraba más y más en mi recto. Era una sensación distinta, y el ver como ese inerte objeto entraba y salía a voluntad y control de él me enloquecía. Primero lo movía despacio, introduciéndolo tanto que podía sentir el frío del acero; y luego cada vez más rápido. Ambos nos masturbábamos con el ritmo de nuestro nuevo e interesante juguete.

> ¡¿Va que le gusta que le meta esto por el culo?!

> ¡Sí, Sí, Sí…! ¡Métamelo más, más…!

> ¡Con esto se le van ha quitar las ganas!

> ¡Ah…! ¿Y a usted?

> A mi se me van han quitar con esto…

Me sacó la espátula del culo y ahora empuñaba su verga, apoyándola contra mi enrojecido y adolorido ano. Entró fácil y completamente; sus rizados vellos me acariciaban las bolas, mientras me envestía brutalmente. Mis gritos y sus jadeos estaban acompañados del tintinear de las herramientas golpearse unas con otras. Cada sacudida que me daba hacia temblar la mesada y con ella todo lo que estaba encima.

Él me abría y levantaba bien las piernas para que su verga se clavara cada vez más dentro de mí. Yo intentaba incorporarme y trataba de alcanzar su recio y sudoroso cuerpo; pero me cogía de tal manera que tenía que volver a acostarme y sujetarme de lo que fuera, me estaba matando de placer.

Cuando estuvo apunto de venirse, la sacó de mi culo y empezó a llenarme toda la entrepierna y parte de mi abdomen con su abundante semen. El cual usé después para masturbarme, regándomelo por toda la ingle y frotándomelo por toda la verga con cada jaloneada. Hasta que me vine, él estaba aguardando el momento de verme correrme sobre mi mismo.

Luego me incorporé; él se acercó a mí y tomó con sus dedos parte del semen que me había caído en el pecho y me lo dio a probar.

> En verdad que es un hombre… ¡Bien Macho!

> Y usted una “Hembra Bien Rica”

> Le apuesto a que soy la mejor de sus enamoradas.

> La verdadcita es que con ninguna otra la he pasado tan bien como con usted.

> Cuando quiera quitarse las ganas, ya sabe…

Pero desde entonces no hemos tenido oportunidad, mis padres no lo han vuelto a contratar. Yo me fui a dar un duchazo antes de que mi hermano mayor llegara y él terminó de repellar la dichosa pared.

En fin, lo mejor que saqué de esa experiencia fue el nuevo hábito de meterme cosas por el culo y así poder quitarme las ganas. Y cumplido ese objetivo, mi nueva meta ahora seria mis nuevos compañeros de bachillerato.

El Autor de este relato fué JuanMa , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=13225&cat=craneo (ahora offline)

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